Una noche tardía ya más que pasada la mitad de la misma, un
golpe de viento azotó con fuerza el ventanal de la casa de Andrés, él creía que
esa ráfaga echaría abajo hasta su propia casa pero simplemente duró exactamente
9 segundos, los necesarios para que el sintiese un miedo atroz que le hiciese
pensar que iba a morir.
Los días pasaban, las semanas transcurrían, todo en su
familia le resultaba extraño e incluso notaba comportamientos extraños en
algunos de sus miembros familiares.
Una noche mientras estaba pensando en los comportamientos
extraños y en los cambios de humor de su familia, aquel viento volvió, volvió a
azotar aquellas paredes con la misma fuerza.
Andrés pensó que aquel viento lo estaba volviendo loco, pero que unos soplidos
de viento los cuales probablemente fuesen señal de tormenta cercana no serían
el motivo de que todo hubiese cambiado en el o en su familia.
Aquel día las tostadas se quemaron pero no se tiraron a la basura,
se sirvieron en un plato, la leche se vertió sobre la margarita que hay en el
centro de la mesa en vez de en el vaso, los cereales acabaron en el periódico
que este ya era de hace 3 semanas.
Aquella noche Andrés esperó a la ráfaga de
viento y abriendo el ventanal se tiró al vacío.