Era un martes templado, uno de tantos días en los que no suele
ocurrir nada, bastante más silencioso de lo normal, Sara estaba preparando su
maleta para irse de casa cuando el móvil rompió aquel silencio, era Beatriz,
una de sus amigas y futura compañera de piso junto a otras dos, que llamaba
para saber cuándo iba a llegar.
Sara salió de casa de sus padres no sin antes despedirse de
sus parientes que se encontraban allí, abrió la puerta y tomó rumbo a la parada
de taxis, solo bastó un momento para que un individuo se acercara a ella a
preguntar hacia donde se dirigía y ofrecerle la posibilidad de poder pagar el
taxi a medias.
Aquel joven parecía tener su misma edad y era bastante
amable así que creyó que no era una amenaza en absoluto y que con un poco de suerte
compartirían el taxi.
Ella sin pensarlo mucho dijo al joven que iba a la calle Góngora,
el joven al escuchar el nombre sonrió y dijo que era una grata coincidencia así
que se pusieron de acuerdo en pagar a medias.
Llegaron a Góngora una calle poco iluminada, ambos salieron
del taxi, el chico insistió en invitarla a tomar una copa, ella quedó pensativa
un rato y le dejó su número de móvil.
Al llegar ella al portal se dio cuenta de que la oscuridad
allí era mucho mayor pero pudo visualizar la puerta del apartamento al final.
La puerta estaba entreabierta y una mano asomaba en el suelo
de la habitación, pero solo una mano.
“Aunque no lo creamos
a veces el tiempo puede ser fugaz, tanto que hasta se pueden cometer
asesinatos, valorad vuestro tiempo.”