Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una
infinita paciencia, como toda la vida y aunque la esperanza ya muera poco a
poco la vida seguirá su rumbo.
Esto fue la vida de Daniel, un chico que a los quince años
vio a su madre escapar de este mundo en un día lluvioso y que prometió que a
partir de aquel jamás lloraría.
Él vivió y vivió, y jamás lloró, por que ver la vida detrás de una
lagrima no es vivir, es estar enjaulado.
Hasta que le llegó su hora, un triste 4 de marzo lluvioso
que tras una mala disputa mañanera con su esposa, cogió el coche y llegó al
trabajo, él no era consciente del acontecimiento que iba a vivir en los
próximos 30 segundos pero algo en su mente se lo decía.
Al salir del coche y por una mala puñalada del destino el
cayó al suelo, en mitad del asfalto, Daniel se aferró a su vida, luchó por ella
pero perdió. Fue atropellado.