Un
cierto día, del cual poco recuerdo de el llego a mis oídos el rumor de que había
solo una casa en toda la ciudad que no se pudo vender, como intuirán soy agente
inmobiliario y no un agente inmobiliario cualquiera, si no el mejor de la compañía,
podría venderle una casa hasta a el mismísimo Ray Charles.
En
aquel angosto día de invierno una pareja de recién casados, y un hijo, la
familia Hernández acudió a mí en busca
de una casa, una casa grande, a ser posible con 3 dormitorios, una amplia y
cocina y un gran salón.
Claramente
me dirigí con ellos en coche hacia la la invendible, una casa que siempre se
intento vender pero jamás se vendió por que por lo visto sus dueños anteriores murieron.
Todo un
total éxito, la casa vendida en cómodos plazos. Todo solucionado y sin ningún
problema, la casa seria suya en 2 meses, totalmente suya y a mi me darían la
mejor bonificación de la empresa cerca de unos dos mil dólares netos, sin tener
que pagar nada a hacienda, increíble pero cierto. Hasta aquí todo muy bonito y
perfecto, mas tarde me entere que tuvieron un hijo y murió por las escaleras,
varios traumatismos en el cráneo lo corroboraron.
Aquella
casa volvió a estar en venta. De la misma forma en que la vendí, ella se
deshizo de sus dueños, me daba la impresión de que aquella casa seguía viva.