El misterio de la casa 32. Parte del señor Hernández.


Somos 3 en la familia.
Mi bella esposa Maltilde, de cabellos finos y dorados, rizados, con unos ojos verdes que me recuerdan el Amazonas. Ese despertar tan suyo, tan pacifico, en ese momento es exactamente es el paraíso que necesito para superar todos los problemas de mi vida todos y cada uno de ellos, Ella es la musa de todas mis inspiraciones y de mis grandes momentos,  a ella le debo todos mis éxitos

El pequeño Mike, mi hijo, criajo repelente que lloraba con ansias de ser adulto, despertándome a las tantas de la madrugada, despertando a mi mujer y ya de paso a medio vecindario. Bueno, ya sabéis lo que dicen de los bebés, que son para comérselos y después más tarde uno se arrepiente de no haberlo hecho.
Aquella mañana nos proponíamos comprar una casa, así que nos propusimos comprar una casa y para ello contactamos con el mejor vendedor de la zona.  El nos aconsejó la mejor casa, tenía unas escaleras increíbles,  de color negro, fantásticas, que giraban sobre sí mismas.

Y yo, el señor Hernández un acaudalado banquero de el norte, un hombre ambicioso, sin tapujos en ocasiones, un cuervo de las finanzas donde los halla.

Por eso quise aquella casa más que ninguna otra por esas preciosas escaleras.
Paso el tiempo y el chico iba creciendo la familia, y a mi aquellas escaleras me iban obsesionando cada vez más, y cada vez más, aquellas escaleras llegaron a ser de lo más sagrado para mi, casi tanto como mi mujer.

Aquellas escaleras siempre estaban brillantes, y cada vez que se el pequeño Mike se acercaba yo intentaba apartarlo, no por temor a que cayera, si no a que las rompiera o pintarrajeara con alguno de sus colores de ceras.

Una cierta noche todo cambió en mi, el pequeño se encontraba en lo más alto de ellas tirando juguetes hacia abajo, de una forma dañina, con toda intención de cargarse mis preciadas escaleras, no tuve la más mínima paciencia así que me acerqué a el y…