Tuve una noche movida, tal vez por los vómitos constantes
debidos a aquel exceso de copas o el sonido de los pubs nocturnos y la gente
que los frecuentaba pero lo que me incomodaría más de aquella noche no se
encontraba en la realidad, sin no en mis sueños, que más que sueños eran
pesadillas, Pesadillas constantes con pequeñas y estrambóticas muñecas de
porcelana, esas muñecas de porcelana antiguas, tan antiguas que algunas tenían
brazos o piernas rotas o simplemente no las poseían, algunas de ellas con medio
cráneo, por así decirlo roto, con
vestidos polvorientos, casi destejidos . La verdad es que no se que
significaron aquellos sueños, ni tan siquiera hice por saberlo, en el fondo
presentía que no era nada bueno.
A la mañana siguiente me desperté de muy mal genio, así que
fui a pagarla con el despertador que recorrió unos 5 metros hasta estamparse contra la pared,
inevitablemente volví en mí mismo y controlé ese arrebato de ira.
Me dispuse a preparar el desayuno así que acerqué mi silla
de ruedas a la cama y me posé sobre ella, fui directo a la cocina, más tarde
recogería aquél estropicio.
Mi cocina era la típica de un piso pequeño, yo llegaba a
casi todos sitios de una forma un poco forzada, pero me era indiferente, ya
tenía yo presente que con mi discapacidad nada me iba a ser fácil, encendí la
tostadora y puse las tostada, mientras tanto me fui a la nevera a buscar la
mermelada y algo de zumo, aquel día preferí zumo, no hay ninguna explicación
lógica por la cual yo eligiese el zumo en vez de el café aquel día.
Saltaron las tostadas, puse un vaso con algo de zumo en la
mesa, desenchufé el tostador y fui a
encender la tele, al cabo de un rato las tostadas se habían enfriado y podía
cogerlas con las manos perfectamente sin quemarme. Todo listo ya en la mesa, me
puse a extender por así decirlo la mermelada de frambuesa, esa mermelada del mismo
color que el del vestido de la muñeca más alta.
El recuerdo de la pesadilla fluyó por mi mente de tal forma
que me dejó paralizado, más aun de lo que estaba, muñecas de porcelana rotas
pasaron por mi cabeza, una tras otra, con esa mirada inexpresiva, siniestra,
tétrica, hasta que el reloj marcó las 8,
eso significaba que solo me quedaban 30 minutos para que tuviera que fichar en
el trabajo.
Yo era de estos tipos que te llaman por teléfono para
venderte cualquier cosa, tenía un sueldo medio.
Llegué a la entrada de la empresa, una empresa saturada de
papeleo, todos los empresarios nerviosos, indecisos, con muchos maletines
llenos de papeles, con un móvil siempre en las manos, personas trajeadas. En la
propia entrada había un hombre de pelo castaño muy peinado, discutiendo a voces
los presupuestos del año anterior.
Subí por la rampa de discapacitados antes de que aquel
hombre intentara pagarlas conmigo, tal vez sea porque nunca me gustaron las
personas nerviosas, cogí el ascensor, y lo típico, el ascensor estaba rebosante
de personas, pensé que no cabria en ese sitio tan apretado, pero ellos fueron
amables y se apretujaron para hacerme un hueco, no sabría como agradecérselo.
Todo ese bullicio tendría que entorpecer mi mente de alguna
forma, pero no, yo seguía pensando en aquella pesadilla, muñecas con vestidos
rotos, muñecas sin pelo, destrozadas, mirándome.
En cuanto llegué a mi oficina me puse a llamar, empecé por
orden alfabético.
Solo me dio tiempo a llamar a 3 personas cuando de repente
apareció una niña de unos 5 años con el pelo rizado correteando con un traje
muy similar a una de las muñecas de mi sueño, en esos momentos es cuando me di
cuenta de que ya estaba empezando a tomarme muy en serio aquel sueño y pensé
que debería dejar de pensar en el de una vez, hasta que de repente apareció por
encima de la pequeña pared de oficina la cara de una muñeca.
En aquel momento el corazón me dio un vuelco, vi pasar mi
vida frente a mis ojos, ¿que broma macabra era esta?, ¿qué hacía una cabeza de
muñeca asomada ahí? Aquella niña, aquella inocente niña jugando con su muñeca
me dio un tremendo susto, casi de infarto.
Se acabó, al fin se acabó aquel día de trabajo, así que me
volví a meter en el ascensor, la gente tan amable como siempre me hizo un hueco
y al llegar a la primera planta volví a ver a aquella niña con la muñeca en la
mano.
María se llamaba, o eso le gritaba la madre cuando la joven
se despistaba mirando los coches que iban y venían de un lado para otro
mientras que esperaban el bus.
Llego el autobús, el típico amasijo de hierro en el que
todos hemos entrado alguna vez, este autobús contaba con una rampa para
discapacitados, de los pocos de la ciudad, esperé a que la marabunta de
personas entrara, subí y me dirigí a la
parte de atrás mientras observaba curiosamente a la madre y la hija.
5 kilómetros más tarde ocurrió todo, un tío borracho o
drogado, Brad me dijeron que se llamaba empotró su coche contra el autobús a
unos 100km/h volcándolo y yo saliendo por la ventana y entrando por la de una de
las jugueterías de la ciudad.
Allí tirado en el suelo, mal herido, perplejo, la imagen de
mi pesadilla, la misma, muñecas rotas de porcelana, antiguas que me miraban con
aquellos ojos, unos verdes, otros azules y otros marrones y yo sin poder hacer
nada.
Aquellas muñecas parecía que querían matarme con aquellas
miradas, en ese momento sentí el halito de la muerte en mi nuca, llegué a creer
que aquel sería mi fin.
Un joven médico me despertó, siempre me despierto
malhumorado pero aquella vez no, me desperté en una
sala, llena de heridos,
caras conocidas, las mismas personas del accidente, pero por desgracia jamás
volví a ver a la pequeña María.