Allan Scott


Era una noche cálida de verano de esas que no te dejan dormir cuando Allan Scott se despertó de madrugada casi amaneciendo, cuando finalmente salió el sol  preparó unos cereales con trozos de frambuesa en su interior y volvió a su cuarto.

 Allan era un joven de entre 20 y 25 años con el pelo corto y castaño, algo despeinado, con gafas cuadradas y negras, ojos azules, siempre con la mirada triste y  esquiva, se podría decir que no era muy valiente, su corpulencia tampoco lo acompañaba, el era más bien de complexión delgada.

Tras coger el bol de cereales volvió a su cuarto, el vivía en uno de estos pisuchos de mala muerte que se suelen alquilar, de estos que solo tienen un salón y un cuarto de baño.

Tras cerrar la puerta a su paso encendió su viejo ordenador, mientras tanto Allan trató de organizar su mesa, solo lo hacía por matar el tiempo hasta que el ordenador se encendiese. Tiempo después de que la maquinaría que él tenía como ordenador personal iniciase el software introduzco la identificación y la contraseña, fue a abrir su navegador de internet dispuesto a mirar su correo y allí estaba, un nuevo correo, y lo que era lo mismo, un nuevo trabajo. Tras tres meses inactivo, le habían encargado un nuevo trabajo y esta vez por una suma considerable de dinero.
El sin duda aceptó reunirse con quien le había encomendado su trabajo, puesto que para el esto era algo habitual en su trabajo.

Lo primero que hizo fue asegurar el lugar, no para hablar con el contratante, sino para asegurar su propia vida. Subió por las escaleras de incendios del edificio contiguo subió a  la azotea y con unos prismáticos intentó observar por las ventanas aquella especie de nave abandonada que estaba a las afueras de la ciudad. Bajó y volvió a subir por las escaleras de el otro edificio intentando de alguna forma, prever lo que podría suceder allí.
Dentro no había nada, o por lo menos nada que se pudiera observar a vista de prismáticos así que decidido entró a la hora prevista.

Aquello se encontraba tal y como lo vio desde los tejados en los prismáticos excepto que esta vez se acercaba un hombre trajeado que salió de detrás  de una puerta nada más el abrir la puerta de entrada. Aquel hombre del traje traía consigo un maletín, era un maletín color plateado con  cuatro muescas a ambos lados del susodicho maletín, tenía una sujeción de de color negro, como los cuatro bordes que cubrían el maletín.

Allan cogió el maletín y como si de toda la vida se tratase volvió a casa en su coche con total calma.
Tras una hora y media de trayecto hasta su vivienda y de comprobar que ningún coche le perseguía, aparcó a unos  quinientos metros de su vivienda y se dispuso a andar lo que le quedaba de camino junto con el maletín.

Aquella calle era frecuentada por todo tipo de maleantes y delincuentes que se podían encontrar en la ciudad, un día el propio Allan tuvo que volarle a uno la cabeza porque quería quitarle uno de los maletines.

Llegó a su casa cerrando la puerta, se preparó unos cereales, entró en su cuarto y abrió el maletín, dentro del estaba la documentación necesaria para conocer a Ron Steele y medio millón de dólares con una nota que ponía “El resto al finalizar el trabajo”. Ron Steele, era un importante comerciante americano que no caía muy bien a muchos de sus compradores su estilo ruin de vender tenía más que artos a muchas personas importantes, También era conocido como el asesino de James Wallace, otro comerciante importante de la zona.

Ron no tenía un horario muy ajetreado, posiblemente se debiera a una caída en sus ventas, el sitio más idóneo para darle la jubilación era en una de sus reuniones con Thomas Shark Jefe de la compañía Shark´s  la cual se celebraba en día 4 de septiembre a las 18:00 en la sala de reuniones de el Pabellón MidStreet, que no era un sitio muy transitado por personas, o al menos personas normales y lo mejor de todo, no tenía cámaras de seguridad.

Cinco minutos antes de que diera comienzo la reunión Allan entró vestido de ejecutivo, sacó una pistola con silenciador y le metió una bala a todos, llevándose Ron una en el entrecejo.

Acto seguido cerró las puertas de la sala y con cara despreocupada atravesó el pabellón saliendo de él y cogiendo un taxi.
El taxista preguntó  -¿A dónde le llevo señor?
El respondió – A la octava avenida.
Acto seguido el taxista arrancó y dijo  -Tiré del asiento que está al lado suyo señor Allan.

Allan echó mano del asiento y con un tirón seco abrió una especie la trampilla que era aquel asiento, sacando así un maletín que contenía el resto de dinero que le faltaba para cerrar el trato.