Me encontraba extraño al ver aquella escena, es como si
hubieran recreado el dormitorio en mitad de la nada.
Aquello le pareció demasiado aberrante a mi imaginación la
cual decidió mantenerse atónita durante un breve periodo de tiempo que más
tarde me pareció una eternidad.
Dispuesto a terminar con aquella locura fui a mirar más detenidamente aquellos muebles pútridos que tanto chocaban en mi cabeza.
Fui en busca de la cama, aquellas sabanas no eran rojas sino
blancas solo que cubiertas por sangre, sangre de mi esposa la cual yacía en
aquella cama.
En aquel momento me eché contra la pared a llorar, la frustración y la tristeza asolaron velozmente mi cabeza, lo único que me reconfortaba es que la cara de mi mujer estaba sonriendo y eso me hacía pensar que al menos antes de morir fue feliz.
Tapando a mi ya fallecida mujer y con el alma en pena abrí el armario, no pude
imaginarme que podría ser aun peor que ver a tu esposa muerta delante de ti hasta
que abrí aquel dichoso armario, Esta vez era mi hija colgada de las manos en el
techo del armario.
De mi interior salió un grito desgarrador y una pregunta
¿Por qué a mí?
Quedé en el suelo probablemente por el shock de la situación
y por la desmoralización en la que me hicieron caer aquellas circunstancias.
Estuve en el suelo situado justo entre el armario y la cama
en completo en absoluto silencio durante una hora aproximadamente hasta que
pude levantarme y abrir los cajones de la pequeña mesa de noche.
En el primer cajón encontré una foto de mi familia, yo, mi hija y mi mujer sonrientes y felices un día que salimos a cenar a un restaurante caro el cual el nombre ya no importa.
En el segundo cajón me encontré lo que estuve esperando
durante toda esa hora en la que estuve en el suelo, una pistola con una sola
bala y una pequeña nota que ponía, “Tú eliges donde morir”, eché mano de la
pistola como si de algo cotidiano se tratase y cogí a la pequeña que estaba
colgada en el armario, la puse al lado contrario de mi mujer con cuidado, yo me
coloqué en el centro de la cama.